Antaño, se trataba al "superior" (el médico, el juez, el político) con el debido respeto y se trataba al "inferior" (el obrero, el campesino, la mujer) con impasible desprecio. Hoy, hemos acabado con el problema: tratamos al juez como antaño al tabernero; al arzobispo, como al hereje; a la profesora, como a la fulana. El igualitarismo no nos ha elevado hasta el mutuo respeto: nos ha hecho a todos, al fin, iguales en el desprecio.
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